De la idea a la realidad
Desde hace ya unos años estas siglas no dejan de sonar por doquier. IoT, Internet of Things o Internet de las Cosas es, en resumidas cuentas, una nueva (o como veremos más adelante, no tan nueva) visión de cuáles son los agentes en internet. En las últimas décadas estos agentes han sido las personas. Cada uno de nosotros desde el ordenador personal de nuestras casas nos interconectamos a una red masiva que está construida en gran medida por y para nosotros. Si analizamos los usos más comunes y exitosos de internet en los últimos años encontramos casos como redes sociales, desde Facebook, Twitter o Tuenti (E.P.D.) hasta redes más profesionales como LinkedIn, plataformas de compra online, desde el gigante Amazon a pequeñas tiendas online propias de cada marca o portales de entretenimiento, como Youtube, Twitch, foros de discusión, etc.
El denominador común en todos los casos eres tú; ya quieras comprar un libro sin salir de casa, compartir momentos interesantes con tus conocidos o por supuesto sustituir el entretenimiento que proporciona la televisión por contenidos más afines a tus gustos. Una característica importante de esta visión de internet es que gran parte del contenido lo creamos los usuarios, subiendo fotos, comentando y valorando los contenidos que se nos ofrecen. Si bien está claro que este tipo de prácticas funcionan y que todavía nos queda mucho por ofrecer, hay visionarios que ya pusieron el punto de mira más allá hace décadas.
Volvamos ahora casi 20 años atrás, Kevin Ashton acuña por primera vez el término Internet of Things en el Auto-ID Center del MIT. En este caso se habla de dispositivos con sensores identificados mediante etiquetas RFID pero el cambio está claro, la información ahora la proporcionan los dispositivos y la recolectan otros dispositivos, sin necesidad de interacción humana. Pongamos un ejemplo, si tuviéramos implementadas carreteras y coches inteligentes, que realmente significa dotar de capacidad de comunicación a varios puntos en la carretera así como a los vehículos, podríamos analizar desde un servidor central el flujo de tráfico, las plazas libres en una zona de la ciudad o detectar y sobre todo prever atascos antes de que ocurran. Suena bien, ¿verdad? Esto es solo un ejemplo de lo que podemos aportar y mejorar si los objetos nos proporcionasen información en tiempo real y sin interacción humana necesaria.
Sin embargo, pese a que el término tiene ya 19 años las prácticas IoT sólo han empezado a relucir en estos últimos. Esto se debe a varios factores tecnológicos que antes actuaban como limitadores, empezando por el IPv4, que limitaba la identificación de red (para ponernos en contexto, el IoT aspira a tener decenas de millones de dispositivos conectados, lo cual requiere bastantes direcciones), las tecnologías radio que hasta entonces han estado enfocadas a un gran ancho de banda y capacidad de flujo de datos, más que a una cantidad ingente de dispositivos en una red e incluso la sensórica aplicada, que es en muchos casos donde se recolecta la información más importante de una solución IoT. Hoy en día con la entrada de IPv6 y los avances en sistemas radio y sensórica, diseñar una solución IoT es un trabajo completamente factible para los desarrolladores, que contamos con un amplio abanico de tecnologías que aunque incipientes en algunos casos se adecúan a cada tarea.
Ahora, por tanto, solo falta utilizar adecuadamente todo lo que está a nuestro alcance, desde el dispositivo a la explotación del Big Data generado, y es aquí donde detectamos una falta de soluciones completas por parte de los desarrolladores. Hablando la semana pasada con un compañero de una empresa tecnológica lo explicaba perfectamente: «Ahora todo el mundo te hace la sensórica, y te ponen un medidor de corriente que calcula cuanto estás gastando, que cuesta poco y es bastante eficaz, sí, pero al final de mes te llega la factura en la que ya vienen esos datos o son fácilmente deducibles, y tu solución no está aportando nada.». Efectivamente, muchos hacen sensórica y extraen los datos, pero la magia ocurre cuando se toman decisiones inteligentes en base a éstos. Volviendo al ejemplo del coche inteligente, esto sería el equivalente a que el propio vehículo te hiciera saber que te espera una enorme caravana delante, pero, ¿y si te recalculara una ruta alternativa por la cual llegas antes? ¿Y si además conociendo el estado y destino de todos los vehículos cercanos fuera capaz de calcular todas las rutas para que no os molestéis? Ahí es donde se crea un valor factible para el usuario, que es al fin y al cabo el mayor logro de una ingeniería. A este tipo de soluciones inteligentes tenemos que apuntar los desarrolladores, para que se pueda notar qué es lo que aportamos a la sociedad y convivir con servicios diseñados por y para usuarios como los mencionados al principio del artículo. Eso sí, es posible que no incluyan tantos vídeos de mascotas, otro problema a resolver en el futuro.